Muchas veces he pensado en disfrutar una exposición mediante dos visitas complementarias. En la primera de ellas de forma intuitiva, sin casi conocer al autor te fijas en algunas obras, captas la atmósfera general, dejas que sus puntos de vista te impresionen. Luego, tras haber estudiado algunos contenidos, conocido las claves que se han utilizado para la exposición, la posición del autor dentro del arte y algún análisis crítico de su obra vuelves a contemplarla desde una perspectiva más racional y analítica. El resultado es una mezcla de espontaneidad y análisis.
Y ese ha sido el método seguido para ver a Coleman en el Reina Sofía.
James Coleman es un artista de dificil categorización. Si no me creen escuchen por favor la introducción de Borja Villel
Y ese ha sido el método seguido para ver a Coleman en el Reina Sofía.
James Coleman es un artista de dificil categorización. Si no me creen escuchen por favor la introducción de Borja Villel
Siguiendo las explicaciones de los expertos he aprendido que Coleman relativiza aspectos expositivos. Uno de ellos es la secuenciación de la imagen mediante proyección de fotogramas sucesivos (análogos a la proyección de diapositivas). Un ritmo meticulosamente marcado conteniendo un sonido simultáneo constituye con frecuencia el eje de la instalación. Como sucede con frecuencia en un medio artístico la perfección formal es impecable e incluye salas vacías y amplias en que únicamente un complejo sistema de proyección y altavoces compiten en el espacio con los espectadores. Los espectadores se ubican en la sala venciendo el cansancio de permanecer el tiempo prolongado en que sucede cada obra, la oscuridad o penumbra del ambiente, la distracción del paso de otros... todo ello forma parte de una experiencia de aislamiento casi de introducción en una nueva realidad en que el tiempo toma un sentido radicalmente diferente del que sucede en el exterior de la exposición. En las obras, a veces el tiempo se detiene, como en el reloj proyectado del inicio de la exposición, a veces se expande y una acción de tres segundos se proyecta durante 17 minutos (Untitled Philippe Vacher). O sea, que ciertamente se trata de una exposición que solicita del espectador un gran esfuerzo.
Vaquero en una de sus brillantísimas ideas nos llevaba a una vanitas que se encontraba en el museo de la academia de San Fernando. Como corresponde a una descripción de lo pasajero del mundo estaba poblada de calaveras, joyas, flores... Nos cronometraba el tiempo que necesitabamos para su contemplación. La mayor parte de nosotros tardábamos menos de un minuto. La mera contamplación de cada una de las partes hubiera requerido más.
La exposición no solo es desbordante en contenidos, lo es también en el tiempo requerido para disfrutar de cada uno de ellos. Asi que voy a contar más o menos mis sensaciones respecto a la obra box en la sala de bovedas del Reina Sofía. Esa idea de que la obra de arte te devuelve lo que le das y que si inviertes en ella recursos (tiempo, inteligencia, estudio...) te va a devolver amplificada una visión del mundo y contenidos que modificarán tu forma de verlo no se me iba de la mente.
En la sala de bóvedas del Reina Sofía he asistido a actos memorables. Recuerdo la representación de una obra de Arrabal o el documental-instalación sobre las andanzas de Boetti en Afganistán. Cuando entras en la sala desaparece el exterior de forma completa. Como en los experimentos de aislamiento sensorial de Halberg tu mente deja de sincronizarse con el exterior.
Y aqui tenemos la obra Box de Coleman. Se accede a una oscura sala en que una proyección taquistoscópica nos muestra un combate de boxeo alternando los fotogramas del combate con la oscuridad completa. Alguien ha colgado en youtube el video de la instalación.
No piensen que la experiencia se reduce a la contemplación del combate. Con una frecuencia próxima a la de un latido, un sonido rítmico nos marca la alternancia entre la imagen y la oscuridad. Por unos instantes permanece la postimagen en la pantalla y la narración nos introdue en un tiempo psicológico próximo al de los combatientes de la proyección.
Es sabido que nuestra mente integra diversas sensaciones con una ficción de continuidad. ¿Qué es el cine sino una sucesión de fotogramas que interpretamos como una acción continua?. La tramoya en el caso de Coleman queda al descubierto. Puesto que el ritmo es previsible podemos abrir y cerrar los ojos seleccionando imágenes y reinterpretando la instalación.
Poco a poco atisbamos, al adaptarnos a la oscuridad, los límites de la sala, el proyector y otras personas. Otras personas igualmente perdidas o desorientadas.
Este conjunto de sensaciones, el agobio opresivo de la realidad del combate que se nos muestra, la desaparición de nuestras claves, la creación de nuevos rítmos, la percepción absurda de un combate del que nada conocemos fuera de nuestro tiempo y nuestro espacio, la nueva percepción de la sala, la toma de conciencia de los otros con quienes compartimos una realidad incomprensible que no es sino el reflejo de algo que a su vez desconocemos es una experiencia intensa.
El arte nos trasmite, sin demasiado riesgo personal, formas de ver el mundo y Coleman con elementos tomados de sitios muy diversos, también lo hace.
En la introducción se nos explica que a Coleman le pareció la sala de bóvedas perfecta para sus fines. No me extraña.